Habelas hailas

marzo 1, 2013

habla del silencioii

Mi madre lo tenía, mi tía también y yo, por desgracia, no he podido escapar de él…hasta ahora.

-Permite que me sirva una copa de este vino, “Habla del silencio” ¿apropiado verdad?, necesito estar sola, y gota a gota, paso a paso tú te alejarás.

-Espero que no me lo tengas en cuenta.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que lo sentí, pero si la última; casi siempre evito fijarme en las personas más tiempo del necesario por un motivo: después de una primera impresión sobre los rasgos físicos y la ropa, sus sentimientos comienzan a llenar o vaciar mi alma, las imágenes comienzan a ocupar un espacio en mi cabeza, un pequeño puzle que tarda unos minutos en encajar.

Y ayer ocurrió. Le dolía la cabeza, sonrió pensando en las bodegas enterradas al pie de la carretera, su sueño era ser viticultor y había ahorrado algún dinero, pero la universidad de su único hijo esperaba.

Estaba cansado después de tres horas conduciendo nuestro bus, pero se sentía bien.

-¿Lo entiendes?

Las personas dejan ver lo que quieren, transmiten voluntariamente los retazos de su vida que están dispuestos a compartir con los demás; conmigo no ocurre esto, quieran o no, esa información llega hasta mí en forma de sensaciones, energía, pensamientos e incluso a veces como instantáneas difuminadas.

La información aterriza aunque yo no quiera, eso es lo peor.

Cuando era más joven simplemente sentía una desmesurada empatía; ahora, con el tiempo y la práctica puedo llegar a ponerle cara a las soledades, tristezas y alegrías de la gente…estas últimas, muy a mi pesar, las menos.

A veces, caminando por la calle cada persona con la que me cruzo me envía algún dato, pequeñas pinceladas de sus vidas que muchas veces se instalan en mi corazón y tardan unas horas en abandonarme.

Cuando me encuentro con alguien conocido, me entretengo hablando de los temas más mundanos, frívolos, en ocasiones: conversaciones superficiales a pie de acera, sin espacios en blanco que dejen paso a lo que él quiere ocultar, lo que yo no quiero saber. Evitar los silencios es vital para mí.

Nunca me gustó el vino, ahora recién superados los cuarenta puedo decir que me hace un poco más feliz y te explicaré porqué.

Ocurrió hace un par de años. Fuimos a tomar algo, lo que en aquel tiempo significaba un refresco no espirituoso, y durante un tiempo me dediqué a observar a las personas que había en la barra.

Una mujer morena de pelo corto, de unos cuarenta y cinco años, pantalones vaqueros, camiseta azul y foulard me miró fijamente, debería de haber mirado hacia otro lado pero no lo hice y las imágenes comenzaron a llegar: su hermano murió de pequeño, no lo ha superado y  él tampoco, vive en sus ojos oscuros. Estaba esperando a su nueva pareja mientras pensaba que, ahora que se había quedado sin trabajo, parecía un buen momento para vivir en otro país,

—No quería todo eso dentro de mi cabeza—

En el centro de la barra un hombre charlaba animosamente con el camarero, unos cincuenta y dos años, pelo blanco y ropa muy juvenil, estaba soltero, era un gran hipocondríaco que vivía obsesionado con la muerte, podía ver multitud de ideas moviéndose rápidamente, era su forma de escapar de la parca.

En ese momento se me acercó un hombre mayor tambaleándose, llevaba pantalones de pana, jersey de lana y barba de dos días, soltó una grosería y  apestaba a alcohol. Era un hombre derrotado por la vida, un niño asustado escondido detrás de la insolencia, cobarde hasta límites insospechados: su mujer estaba a punto de abandonarle…

—No me obligues decirte lo que sé, te puedo hacer daño, es mejor que te vayas —

Nos invitaron a tomar una copa de vino ”Nadir Rosado”, — ¿Quién dice que no hay rosados buenos?—, la acepté y cuando se despejó un poco la barra nos sentamos allí para hablar con el camarero, una persona muy agradable.

A medida que iba saboreando la segunda copa era más y más difícil que sus emociones llegasen hasta mí, me gustaba la camisa que llevaba, pensé que la barba le favorecería y…nada más.

Ahora me siento delante de este papel con una copa de vino al lado, no quiero que tú, lector, llegues hasta mí: no quiero saber nada de ti, no quiero contar tu historia, quiero contar la mía.

Gota a gota, paso a paso, te alejarás.

– Búscame mañana, será otro día.

“Los personajes y hechos de este relato son pura ficción,

cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia…

o no.”

Soberbia

diciembre 20, 2011

 

 

El gato delante del espejo

¡Ya sabía yo que un objeto inútil como tú, cuyo único mérito es repetir las cosas,  no podría abarcar toda mi grandeza!

Aula I

diciembre 20, 2011

 

 

Aquí me detenga y conmigo el tiempo. Que se pare la aguja para mí, para nosotros, nuestras palabras, nuestras risas, nuestros silencios.

Allá afuera dejamos el frío, dentro, en el aula escondida, el calor en torno al Maestro. La vida nos unió, la misma que se llevó a nuestros hermanos, pero aquí no hay besos que valen oro, sólo tenemos el tiempo para nuestras palabras, las palabras para nuestro tiempo…

Aquí me detenga mientras el dulce chocolate va de mano en mano.

Tomad y comed…

La noria

diciembre 20, 2011

 

 

Cuando puedas, ¡bájate!

déjalos solos, con el agua que llevan,

camina sin mirar atrás

porque cualquier susurro te atrapará.

Volverás a girar,

un poco más sigilosa.

Y cuando puedas…

ven a mi silencio.

El escritorio

diciembre 20, 2011

Y delante de mí,

miles de conversaciones que esperan,

el silencio de mi egoísmo,

mi mundo en un ratón,

en mi escritorio,

un chiste de Forges lleno de café.

La infancia siempre atenta,

la inmortalidad a veces insoportable,

el eco de un lento tintineo,

en mi escritorio,

mi tiempo en forma de papel

La Tía Tula

diciembre 20, 2011

 

 

Mi tía Generosa es rica de necesidad. Al morir su madre (mi abuela que en paz descanse) cogió su dentadura postiza  y se la puso; naturalmente ella no nos dijo nada, digamos que, simplemente nos dimos cuenta.

Desde muy joven le empezaron a salir canas y decidió que teñirse era un gasto innecesario, así que no podría decir qué edad tiene.

Casi siempre lleva un chaquetón largo jaspeado, de mi abuela, una falda marrón, de mi abuela y unos zapatos que eran, a su vez, de mi abuela. La recuerdo, caminando muy deprisa, agarrada a su cartera de doble protección, la que le proporcionaba, por un lado, su axila y, por otro, su mano izquierda.

 La Tía Tula es zurda. De ahí le viene su  apodo. Empezó muy pronto a darse cuenta de que ella no escribía con la derecha, como los demás niños y  le explicaron que era “zurda”.

Ella repetía “soy “zulda” “zula” “hasta “tula”.

Cuando recibió la herencia de mi abuelo, lo vendió todo, cogió el dinero y nos dejó.

Ahora vive en un pueblo de la comarca de la Vera, el más alejado que encontró en el mapa, de esta manera ninguno de nosotros, sus sobrinos, la única familia que le queda, podremos llamar a su puerta pare pedirle algún favor.

Mi tía ahorra hasta la saliva, en el pueblo, durante mucho tiempo le llamaban  “la muda” hasta que un día, por unos céntimos, puso el grito en el cielo, en el ultramarinos de Concha. 

No habla con nadie, porque Tía Tula se inventa los refranes que le convienen, “el que te saluda te pide una muda”  o  “el que saluda, detrás de la puerta se escuda” así que no se enteró de que, aquel señor, que vino del Ayuntamiento de Narrantes a cobrarle un nuevo impuesto, era un estafador.

-Buenas Tardes, la señora Generosa Plaza.

-Déjese de gestos que ya sé que no es usted sorda.

-Vengo a cobrar el I.C, o sea, el Impuesto de Calzadas. Desde el mes pasado, todos sus vecinos están contribuyendo a la conservación de las calles del pueblo, muy deterioradas por las constantes pisadas. Además, observo que usted calza unos zapatos pesados, eso le supondrá un incremento en la cuantía.

-Si no quiere pagar en este momento, podrá hacerlo más adelante pero le vendrá la cantidad con recargo y una multa.

“Recargo” esa palabra odiosa, la tía Tula pagó la tasa mientras maldecía el día en que pensó:

-los zapatos de papá, me vendrán bien para caminar por la tierra”

Una noche cualquiera, el “recaudador” contaba, riéndose a carcajadas, con el quinto vaso de vino blanco en la mano, como todos los meses la Tía Tula pagaba religiosamente el impuesto.

Aquel bribón fanfarroneaba sabiendo que Tía Tula no era demasiado apreciada:

-“Le voy a quitar hasta el último céntimo a esa vieja agarrada”.

 

En el pueblo la gente empezaba a compadecerse de mi tía.

Ya nadie se acordaba de que su calle es la única que en Navidad no tiene adornos, porque ella se niega a pagar ni un euro. Tampoco piensan en que, con los frutos que no recoge y deja pudrir en el suelo, se podría alimentar a mucha gente.

-No, por supuesto que no dejo que recojáis los higos, ni las manzanas y mucho menos los melocotones, los que yo no como, nutren mis tierras y las enriquecen.

 Nadie se acuerda de las malas caras, los gruñidos, sólo piensan en como hacerle ver que la están engañando, pero… nadie quiere hablar con ella.

Una mañana de invierno reunidos en la biblioteca trazan un estupendo plan. Cada vez que pase la Tía Tula alzarán la voz para decir una cualquiera de las cuatro palabras que han acordado.

Tía Tula en los días siguientes no entendía nada, cada vez que se acercaba a la gente, en la conversación, siempre salía alguna de estas palabras  “ladrón”, “mentira”, “engaño” “calzadas”.

Se cansó de oírlas hasta que al final cayó en la cuenta, se fue al Ayuntamiento y preguntó por el impuesto de calzadas:

– “eso no existe” le contestaron.

Tía Tula  dijo “gracias” y dio media vuelta.

La siguiente vez que vino el recaudador a cobrar el dinero, Generosa le estaba esperando, escondida detrás de la ventana. Cuando llegó a tocar el timbre, la Tía Tula dejó caer un cubo de desperdicios. El hombre marchó con una cáscara de huevo en la oreja y una peluca hecha de mondas de patata.

Ayer llamó por teléfono, me contó esta historia, dice que está agradecida a la gente y que nos mandará una caja de polvorones esta Navidad.

 Ahora ha pasado el tiempo, Generosa ha cambiado, saluda a los vecinos, las luces de Navidad también alumbran en su calle y ningún fruto de sus árboles se pudre en el suelo.