Para Juan Diego

May 17, 2010

 

 

Estábamos cansados del viaje. Después de siete horas tiene que faltar poco, no importa el destino -pensé sonriendo-

 Desde que se hizo de noche no podía apartar mis ojos de la luna llena; la seguía con la mirada a través de la ventanilla del coche, parecía observar algo que nos aguardaba más adelante. Faltaban pocos kilómetros para llegar a Jaraíz de la Vera, no tenía que esperar más, estaba segura, la luna, inclinada, miraba fijamente hacia una pequeña Iglesia que  parecía tener una luz encendida.

 Pasé los días entretenida con los quehaceres diarios, pero no podía olvidar esa imagen: necesitaba saber como se llamaba esa capilla y, sobre todo, porque parecía la luna pendiente de aquella llama de luz.

Días más tarde, cuando encontré el momento oportuno, me acerqué. Estaba cerrada; en el muro de fuera se podía leer: “Ermita Nuestra Señora de  la Blanca. Conjunto de edificios del SXV. Uno alberga la Capilla…”   Protegida por el olivar,  era realmente un lugar muy especial. Allí de pié, mirando desde la verja, perdí la noción del tiempo. En ese momento,  una mujer vestida con ropa de campo se acercó:

-La Ermita está cerrada prenda -dijo.

– Tengo que encender la vela- continuó

 Sacó unas llaves del mandil:

 -¿Una vela? –pregunté

– si- me contestó alejándose- una vela por Juan Diego.

 Era tarde, me marché aún más intrigada por las palabras de aquella mujer.

 A la mañana siguiente me contaron una  historia:

Juan Diego vivía en Pasarón de la Vera, a unos 3km  de la Ermita;  era labrador igual que su padre, igual que su abuelo. Al poco de nacer, el médico dijo a sus padres que tenía una rara enfermedad y que, casi con toda seguridad, no  llegaría a cumplir los dos años. El padre, muy devoto de la Virgen Blanca, le hizo una promesa: si su hijo se salvaba le escribiría una poesía cada año por el Lunes de Pascua de Resurrección, cuando se celebra la Romería Mayor.

 Aunque eran muy creyentes, los padres de Juan Diego sufrieron mucho esos dos años. El tiempo pasó y  lejos de empeorar, creció como un niño muy sano. El padre de Juan Diego, fiel a su promesa, continúo escribiendo puntual su poesía a la Virgen Blanca. Cuando enfermó, de un mal que se lleva las palabras y los recuerdos, Juan Diego tomó el testigo y continúo la labor de su padre, demostrando así también su gratitud.

 Ahora él estaba enfermo; a los sesenta años recién cumplidos, la dura vida del campo le pasaba factura y por primera vez no había podido escribir la poesía. La luz permanecería encendida en la Ermita hasta que Juan Diego pudiera escribir de nuevo sus poesías  o la muerte se lo llevara.

 Pasaron los meses. La luz encendida cobró para mí un significado especial. Cuando pasaba delante de la Ermita y la veía iluminada, se alegraba mi corazón y mi día; temía ese momento en que la oscuridad en la capilla significase que Juan Diego ya no estaba, realmente me había conmovido su historia y la de su familia.

 Ese día llegó un sábado de invierno, el santuario estaba a oscuras y  la luna miraba hacia otro lado.

¡Para aquí!- dije.

Me bajé del coche rápidamente, no se veía nada, todo estaba cerrado. La Santa Misa se celebra todos los primeros domingos del mes a las cinco, tenía que ir y averiguar que es  lo que había pasado con Juan Diego. Al día siguiente por la tarde, me arreglé “de domingo”  y me dirigí hacia la Ermita; aunque son pocos los kilómetros que separan Jaraíz  y Pasarón el camino se hizo eterno. Al llegar, la Capilla estaba repleta, me coloqué al final, de pié, tratando de buscar alguna pista o la cara de aquella mujer del campo. Terminó el oficio religioso y me acerqué al  altar. Que Iglesia tan bonita –pensé, es preciosa por fuera y por dentro.

 A los pies de la Virgen Blanca, unos versos:

 Virgen Blanca alabada,

por todos ensalzada.

 Mis manos heridas,

uñas de tierra dolidas,

de labor curtidas ;

para Ella  mi canción emocionada.

 Virgen Blanca alabada,

por todos ensalzada.

 Su bondad  cura,

da vida su ternura

el fruto perdura;

para Ella  mi pluma cansada

 Virgen Blanca alabada,

por todos ensalzada

                                                 Juan Diego