Habelas hailas

marzo 1, 2013

habla del silencioii

Mi madre lo tenía, mi tía también y yo, por desgracia, no he podido escapar de él…hasta ahora.

-Permite que me sirva una copa de este vino, “Habla del silencio” ¿apropiado verdad?, necesito estar sola, y gota a gota, paso a paso tú te alejarás.

-Espero que no me lo tengas en cuenta.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que lo sentí, pero si la última; casi siempre evito fijarme en las personas más tiempo del necesario por un motivo: después de una primera impresión sobre los rasgos físicos y la ropa, sus sentimientos comienzan a llenar o vaciar mi alma, las imágenes comienzan a ocupar un espacio en mi cabeza, un pequeño puzle que tarda unos minutos en encajar.

Y ayer ocurrió. Le dolía la cabeza, sonrió pensando en las bodegas enterradas al pie de la carretera, su sueño era ser viticultor y había ahorrado algún dinero, pero la universidad de su único hijo esperaba.

Estaba cansado después de tres horas conduciendo nuestro bus, pero se sentía bien.

-¿Lo entiendes?

Las personas dejan ver lo que quieren, transmiten voluntariamente los retazos de su vida que están dispuestos a compartir con los demás; conmigo no ocurre esto, quieran o no, esa información llega hasta mí en forma de sensaciones, energía, pensamientos e incluso a veces como instantáneas difuminadas.

La información aterriza aunque yo no quiera, eso es lo peor.

Cuando era más joven simplemente sentía una desmesurada empatía; ahora, con el tiempo y la práctica puedo llegar a ponerle cara a las soledades, tristezas y alegrías de la gente…estas últimas, muy a mi pesar, las menos.

A veces, caminando por la calle cada persona con la que me cruzo me envía algún dato, pequeñas pinceladas de sus vidas que muchas veces se instalan en mi corazón y tardan unas horas en abandonarme.

Cuando me encuentro con alguien conocido, me entretengo hablando de los temas más mundanos, frívolos, en ocasiones: conversaciones superficiales a pie de acera, sin espacios en blanco que dejen paso a lo que él quiere ocultar, lo que yo no quiero saber. Evitar los silencios es vital para mí.

Nunca me gustó el vino, ahora recién superados los cuarenta puedo decir que me hace un poco más feliz y te explicaré porqué.

Ocurrió hace un par de años. Fuimos a tomar algo, lo que en aquel tiempo significaba un refresco no espirituoso, y durante un tiempo me dediqué a observar a las personas que había en la barra.

Una mujer morena de pelo corto, de unos cuarenta y cinco años, pantalones vaqueros, camiseta azul y foulard me miró fijamente, debería de haber mirado hacia otro lado pero no lo hice y las imágenes comenzaron a llegar: su hermano murió de pequeño, no lo ha superado y  él tampoco, vive en sus ojos oscuros. Estaba esperando a su nueva pareja mientras pensaba que, ahora que se había quedado sin trabajo, parecía un buen momento para vivir en otro país,

—No quería todo eso dentro de mi cabeza—

En el centro de la barra un hombre charlaba animosamente con el camarero, unos cincuenta y dos años, pelo blanco y ropa muy juvenil, estaba soltero, era un gran hipocondríaco que vivía obsesionado con la muerte, podía ver multitud de ideas moviéndose rápidamente, era su forma de escapar de la parca.

En ese momento se me acercó un hombre mayor tambaleándose, llevaba pantalones de pana, jersey de lana y barba de dos días, soltó una grosería y  apestaba a alcohol. Era un hombre derrotado por la vida, un niño asustado escondido detrás de la insolencia, cobarde hasta límites insospechados: su mujer estaba a punto de abandonarle…

—No me obligues decirte lo que sé, te puedo hacer daño, es mejor que te vayas —

Nos invitaron a tomar una copa de vino ”Nadir Rosado”, — ¿Quién dice que no hay rosados buenos?—, la acepté y cuando se despejó un poco la barra nos sentamos allí para hablar con el camarero, una persona muy agradable.

A medida que iba saboreando la segunda copa era más y más difícil que sus emociones llegasen hasta mí, me gustaba la camisa que llevaba, pensé que la barba le favorecería y…nada más.

Ahora me siento delante de este papel con una copa de vino al lado, no quiero que tú, lector, llegues hasta mí: no quiero saber nada de ti, no quiero contar tu historia, quiero contar la mía.

Gota a gota, paso a paso, te alejarás.

– Búscame mañana, será otro día.

“Los personajes y hechos de este relato son pura ficción,

cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia…

o no.”

La Tía Tula

diciembre 20, 2011

 

 

Mi tía Generosa es rica de necesidad. Al morir su madre (mi abuela que en paz descanse) cogió su dentadura postiza  y se la puso; naturalmente ella no nos dijo nada, digamos que, simplemente nos dimos cuenta.

Desde muy joven le empezaron a salir canas y decidió que teñirse era un gasto innecesario, así que no podría decir qué edad tiene.

Casi siempre lleva un chaquetón largo jaspeado, de mi abuela, una falda marrón, de mi abuela y unos zapatos que eran, a su vez, de mi abuela. La recuerdo, caminando muy deprisa, agarrada a su cartera de doble protección, la que le proporcionaba, por un lado, su axila y, por otro, su mano izquierda.

 La Tía Tula es zurda. De ahí le viene su  apodo. Empezó muy pronto a darse cuenta de que ella no escribía con la derecha, como los demás niños y  le explicaron que era “zurda”.

Ella repetía “soy “zulda” “zula” “hasta “tula”.

Cuando recibió la herencia de mi abuelo, lo vendió todo, cogió el dinero y nos dejó.

Ahora vive en un pueblo de la comarca de la Vera, el más alejado que encontró en el mapa, de esta manera ninguno de nosotros, sus sobrinos, la única familia que le queda, podremos llamar a su puerta pare pedirle algún favor.

Mi tía ahorra hasta la saliva, en el pueblo, durante mucho tiempo le llamaban  “la muda” hasta que un día, por unos céntimos, puso el grito en el cielo, en el ultramarinos de Concha. 

No habla con nadie, porque Tía Tula se inventa los refranes que le convienen, “el que te saluda te pide una muda”  o  “el que saluda, detrás de la puerta se escuda” así que no se enteró de que, aquel señor, que vino del Ayuntamiento de Narrantes a cobrarle un nuevo impuesto, era un estafador.

-Buenas Tardes, la señora Generosa Plaza.

-Déjese de gestos que ya sé que no es usted sorda.

-Vengo a cobrar el I.C, o sea, el Impuesto de Calzadas. Desde el mes pasado, todos sus vecinos están contribuyendo a la conservación de las calles del pueblo, muy deterioradas por las constantes pisadas. Además, observo que usted calza unos zapatos pesados, eso le supondrá un incremento en la cuantía.

-Si no quiere pagar en este momento, podrá hacerlo más adelante pero le vendrá la cantidad con recargo y una multa.

“Recargo” esa palabra odiosa, la tía Tula pagó la tasa mientras maldecía el día en que pensó:

-los zapatos de papá, me vendrán bien para caminar por la tierra”

Una noche cualquiera, el “recaudador” contaba, riéndose a carcajadas, con el quinto vaso de vino blanco en la mano, como todos los meses la Tía Tula pagaba religiosamente el impuesto.

Aquel bribón fanfarroneaba sabiendo que Tía Tula no era demasiado apreciada:

-“Le voy a quitar hasta el último céntimo a esa vieja agarrada”.

 

En el pueblo la gente empezaba a compadecerse de mi tía.

Ya nadie se acordaba de que su calle es la única que en Navidad no tiene adornos, porque ella se niega a pagar ni un euro. Tampoco piensan en que, con los frutos que no recoge y deja pudrir en el suelo, se podría alimentar a mucha gente.

-No, por supuesto que no dejo que recojáis los higos, ni las manzanas y mucho menos los melocotones, los que yo no como, nutren mis tierras y las enriquecen.

 Nadie se acuerda de las malas caras, los gruñidos, sólo piensan en como hacerle ver que la están engañando, pero… nadie quiere hablar con ella.

Una mañana de invierno reunidos en la biblioteca trazan un estupendo plan. Cada vez que pase la Tía Tula alzarán la voz para decir una cualquiera de las cuatro palabras que han acordado.

Tía Tula en los días siguientes no entendía nada, cada vez que se acercaba a la gente, en la conversación, siempre salía alguna de estas palabras  “ladrón”, “mentira”, “engaño” “calzadas”.

Se cansó de oírlas hasta que al final cayó en la cuenta, se fue al Ayuntamiento y preguntó por el impuesto de calzadas:

– “eso no existe” le contestaron.

Tía Tula  dijo “gracias” y dio media vuelta.

La siguiente vez que vino el recaudador a cobrar el dinero, Generosa le estaba esperando, escondida detrás de la ventana. Cuando llegó a tocar el timbre, la Tía Tula dejó caer un cubo de desperdicios. El hombre marchó con una cáscara de huevo en la oreja y una peluca hecha de mondas de patata.

Ayer llamó por teléfono, me contó esta historia, dice que está agradecida a la gente y que nos mandará una caja de polvorones esta Navidad.

 Ahora ha pasado el tiempo, Generosa ha cambiado, saluda a los vecinos, las luces de Navidad también alumbran en su calle y ningún fruto de sus árboles se pudre en el suelo.

 

Para Juan Diego

May 17, 2010

 

 

Estábamos cansados del viaje. Después de siete horas tiene que faltar poco, no importa el destino -pensé sonriendo-

 Desde que se hizo de noche no podía apartar mis ojos de la luna llena; la seguía con la mirada a través de la ventanilla del coche, parecía observar algo que nos aguardaba más adelante. Faltaban pocos kilómetros para llegar a Jaraíz de la Vera, no tenía que esperar más, estaba segura, la luna, inclinada, miraba fijamente hacia una pequeña Iglesia que  parecía tener una luz encendida.

 Pasé los días entretenida con los quehaceres diarios, pero no podía olvidar esa imagen: necesitaba saber como se llamaba esa capilla y, sobre todo, porque parecía la luna pendiente de aquella llama de luz.

Días más tarde, cuando encontré el momento oportuno, me acerqué. Estaba cerrada; en el muro de fuera se podía leer: “Ermita Nuestra Señora de  la Blanca. Conjunto de edificios del SXV. Uno alberga la Capilla…”   Protegida por el olivar,  era realmente un lugar muy especial. Allí de pié, mirando desde la verja, perdí la noción del tiempo. En ese momento,  una mujer vestida con ropa de campo se acercó:

-La Ermita está cerrada prenda -dijo.

– Tengo que encender la vela- continuó

 Sacó unas llaves del mandil:

 -¿Una vela? –pregunté

– si- me contestó alejándose- una vela por Juan Diego.

 Era tarde, me marché aún más intrigada por las palabras de aquella mujer.

 A la mañana siguiente me contaron una  historia:

Juan Diego vivía en Pasarón de la Vera, a unos 3km  de la Ermita;  era labrador igual que su padre, igual que su abuelo. Al poco de nacer, el médico dijo a sus padres que tenía una rara enfermedad y que, casi con toda seguridad, no  llegaría a cumplir los dos años. El padre, muy devoto de la Virgen Blanca, le hizo una promesa: si su hijo se salvaba le escribiría una poesía cada año por el Lunes de Pascua de Resurrección, cuando se celebra la Romería Mayor.

 Aunque eran muy creyentes, los padres de Juan Diego sufrieron mucho esos dos años. El tiempo pasó y  lejos de empeorar, creció como un niño muy sano. El padre de Juan Diego, fiel a su promesa, continúo escribiendo puntual su poesía a la Virgen Blanca. Cuando enfermó, de un mal que se lleva las palabras y los recuerdos, Juan Diego tomó el testigo y continúo la labor de su padre, demostrando así también su gratitud.

 Ahora él estaba enfermo; a los sesenta años recién cumplidos, la dura vida del campo le pasaba factura y por primera vez no había podido escribir la poesía. La luz permanecería encendida en la Ermita hasta que Juan Diego pudiera escribir de nuevo sus poesías  o la muerte se lo llevara.

 Pasaron los meses. La luz encendida cobró para mí un significado especial. Cuando pasaba delante de la Ermita y la veía iluminada, se alegraba mi corazón y mi día; temía ese momento en que la oscuridad en la capilla significase que Juan Diego ya no estaba, realmente me había conmovido su historia y la de su familia.

 Ese día llegó un sábado de invierno, el santuario estaba a oscuras y  la luna miraba hacia otro lado.

¡Para aquí!- dije.

Me bajé del coche rápidamente, no se veía nada, todo estaba cerrado. La Santa Misa se celebra todos los primeros domingos del mes a las cinco, tenía que ir y averiguar que es  lo que había pasado con Juan Diego. Al día siguiente por la tarde, me arreglé “de domingo”  y me dirigí hacia la Ermita; aunque son pocos los kilómetros que separan Jaraíz  y Pasarón el camino se hizo eterno. Al llegar, la Capilla estaba repleta, me coloqué al final, de pié, tratando de buscar alguna pista o la cara de aquella mujer del campo. Terminó el oficio religioso y me acerqué al  altar. Que Iglesia tan bonita –pensé, es preciosa por fuera y por dentro.

 A los pies de la Virgen Blanca, unos versos:

 Virgen Blanca alabada,

por todos ensalzada.

 Mis manos heridas,

uñas de tierra dolidas,

de labor curtidas ;

para Ella  mi canción emocionada.

 Virgen Blanca alabada,

por todos ensalzada.

 Su bondad  cura,

da vida su ternura

el fruto perdura;

para Ella  mi pluma cansada

 Virgen Blanca alabada,

por todos ensalzada

                                                 Juan Diego

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para Beatriz G.

diciembre 5, 2009

 

 

 

Hace un año, cuando apareció con los billetes de Turkish Airlines, me empecé a preocupar, quizás no había sido tan buena idea comenzar nuestra vida juntos con una aventura “diferente”, descubrí en ese momento que mi concepto y el suyo se distanciaban un poco, exactamente 2. 971 millas.

 El plan era  pasar diez días en Irán coincidiendo con la Navidad visitando las principales ciudades de la antigua Persia: Isfahán, Yazd, Shiraz y los restos de la vieja Persépolis. El avión salía a las 12 y media con destino a Estambul dónde haría la única escala y como siempre llegamos apurados,  naturalmente por mi culpa; mientras esperábamos en la cola para facturar me fijé en un hombre anciano que parecía tener problemas para entender lo que se le decía, iba solo y en un momento determinado tenía que firmar, me enterneció oirle decir en un casi incomprensible inglés “yo pongo una raya, ¿vale?”

Creo que Ángel no se dió cuenta pero en ese momento, no sé si por casualidad, apretó mi mano; no volvimos a hablar del tema hasta más tarde.

 La mayoría de los pasajeros eran iraníes aunque también había una familia de Australia y un grupo de ruidosos ejecutivos italianos.Después de la escala en Estambul, sobre las seis de la tarde, reanudamos el vuelo aparentemente con alguna incidencia, por el pasillo iban y venían personas desde la cabina del piloto. Ángel y yo estábamos entretenidos con la guía de Teherán y no levantamos la vista más de un segundo, hasta que alguien alzó la voz.

 Una persona ataviada completamente de negro, con la cara tapada, se colocó en la entrada del pasillo y enseñando un arma nos “invitó” con señas a guardar silencio. Hablaba en persa e inmediatamente vino otra que se colocó a su lado e hizo las veces de intérprete.

“Manténganse quietos en sus asientos, nadie tiene que salir herido, si las autoridades atienden nuestras peticiones en breve estaremos todos a salvo”

Creo que fue lo peor que nos podía decir, de repente una corriente de pánico recorrió todo el aparato.

Después de unos minutos sin decir nada observamos que el avión no variaba el rumbo, algo que, sin saber bien porqué, nos tranquilizó; contamos cinco personas por lo menos distribuidas a lo largo del avión, armadas, con una indumentaria negra de los pies a la cabeza y dos de ellas parecían mujeres; al cabo de unas horas de cuchicheos y miradas cómplices entre nosotros, aterrizamos en el  aeropuerto  Imam Khomeini Internacional.

Estaba enfadada y aunque íbamos de la mano, lo que realmente quería era zarandearlo ¿porqué me había dejado convencer? ¿Qué hago aquí? ¡Odio los aviones y ahora más que nunca¡

Una vez que el aparato se detuvo, miré por la ventana, estábamos completamente rodeados de Policía, habían despejado la pista y no se veía ninguna aeronave cerca (tengo que reconocer que nunca he vuelto a experimentar esa misma sensación de fría soledad); en ese momento nos permitieron encender los móviles, así que me conecté a la televisión para ver qué se estaba emitiendo e intentar saber algo más de lo que pasaba fuera.

 Al cabo de un rato se abrió la puerta del avión, entró una persona y le entregaron una hoja que luego repartieron a todos; era la foto de un chico de unos 16 años y un texto que no entendíamos. El intérprete volvió a dirigirse a nosotros, se pedía la liberación de Nimouni, condenado a ser lapidado, pedían su libertad a cambio de la nuestra. A pesar de la situación realmente nos conmovió su imagen, Nimouni, que nombre más raro, pensé..

 Ángel me miró y dijo: siento mucho haberte traído, pensé que era una buena idea, espero que todo salga bien; estos meses contigo han sido los mejores de mi vida, aunque el comienzo no fue demasiado prometedor. ¡Casi me atropellas y encima la enfadada eras tú¡, nos reímos recordando ese primer encuentro.

Fue un momento mágico, lejos de ese avión y de lo que estaba ocurriendo. (Realmente tiene unos ojos claros preciosos, los más bonitos que he visto nunca- pensé-)

Transcurrieron las dos horas que dieron de plazo, una tensa espera que se hizo eterna, de repente se oyó algo por el altavoz del Aeropuerto, todos miramos por la ventana: desde lejos se veía una persona caminando sola, parecía Nimouni.

La televisión de mi móvil dejó de emitir imagen alguna, Nimouni avanzaba hacia nosotros despacio, muy despacio, parecía que habían accedido a sus peticiones; cuando se estaba acercando, alguien salió de entre la masa de gente que se agolpaba detrás de las vallas, efectuó un disparo que le alcanzó, cayó desplomado.

Se oyó un grito general, el anciano, que habíamos visto antes, se echó las manos a la cara y comenzó a llorar silenciosamente, sus gemidos nos ahogaban, nos dejaban sin aire. Allí dentro, sin movernos, estábamos todos abatidos, iba desarmado y era un niño ¿como podía ocurrir eso?

Uno de los secuestradores, el único de rasgos occidentales se acercó a él y lo abrazó; los demás también se fueron quitando los ropajes y se quedaron con la cara al descubierto dispuestos a entregarse. Nos miramos unos a otros y casi sin mediar palabra los recogimos,  con ayuda de la tripulación se quemaron y limpiamos las huellas de todas las armas que por cierto estaban descargadas; mientras, en la pista, una ambulancia pasaba a recoger a Nimouni, que todavía respiraba.

No fueron capaces de distinguir a los pasajeros de los secuestradores, todos estábamos correctamente sentados en nuestros sitios.

Nimouni se salvó, se le conmutó la pena por la de 100 latigazos; como había recibido el disparo quedó en libertad pero fue exiliado, obligado a vivir lejos de Irán.

Nosotros seguimos juntos y felices; en estos momentos tengo en mis manos un billete de la compañía aérea Luthansa. ¡Maloserá!

 

Para Elías M.

diciembre 1, 2009

 

Tesoros Ocultos

Me puse con la aspiradora, el miércoles es el mejor día para poner a punto la casa, en el resto de las jornadas mi  tiempo está agotado. Aún así, esa mañana, cuando comencé en el salón se pasó por mi cabeza mirar para otro lado, dejando sin explorar los bajos del sillón. Un segundo más tarde, me imaginaba la estancia limpia pero a lo largo de la tarde, la suciedad comenzaría a colonizar tierras ajenas y todo mi trabajo habría sido en balde, lo que es peor, pasaría inadvertido. Así que convencida, retiré el sillón e hice lo que debía de hacer. Me imaginé, mientras limpiaba, que cada una de las pelusas encontradas sería un secreto a esconder, una mentira a ocultar, que difícil pensé, siempre acaban asomándose, provocando un cosquilleo en nuestras narices.

 Zapatos

 Se presentó como abogado laboralista, mi mente comenzó a imaginárselo encabezando manifestaciones por los derechos de los agricultores, de los trabajadores de alguna Planta de fabricación de automóviles o defendiendo a alguna mujer del acoso de su decrépito jefe. A medida que empezó la exposición intentaba encajarlo en el perfecto molde que había construido para él,  pero por mucho que me esforzase sus palabras escapaban de mi patrón; poco a poco se iban adaptando perfectamente a la forma de sus impecables y carísimos zapatos de marca que asomaban enfrente de mi, por debajo de la mesa.

Leo

Siempre que llego a casa encuentro la luz del baño encendida. Yo la apago, pero al volver siempre me da la bienvenida, pregunto en casa ¿habéis ido al baño? No, no, constantemente esa es la respuesta Al principio me inquietó, pero ahora para no asustar a mi hijo, le hablo de un elfo doméstico muy bueno que vive con nosotros y él siempre acaba con una sonrisa pícara en su cara. ¿Debería contárselo a alguien más? Ya sé lo que me dirán, el científico, que es un problema eléctrico, el psicólogo que algo falla en mis circuitos, el vidente que hay una presencia en mi casa, buscaré a la persona más cabal y a esa, sólo a esa, se lo preguntaré: mi hijo Leo de ocho años,  el más apto para descifrar estos misterios, Leo si sabe lo que pasa, ya os contaré…

Para Verónica R.

noviembre 23, 2009

 

  

 

  Me gusta la Navidad, pero no recuerdo si me gustaba ya antes de aquélla, de la nuestra.

 Esa noche me apetecía salir a dar una vuelta, era principios de Diciembre y toda la ciudad estaba adornada con miles de luces de colores; en cada manzana, un enorme árbol. A través de las ventanas, en las casas, también se adivinaba un resplandor intermitente, no es la tele  encendida, es la Navidad.

Cerca de casa, por estas fechas siempre hay una pequeña feria, caminando lentamente me acerqué; entre dos puestos de artesanía había uno pequeño, cubierto con una tela azul índigo a modo de diminuta carpa de circo, ponía en un letrero:

“Lucía, lectura de las cartas por cinco euros Amor, Dinero, Trabajo, Salud”

 Nunca me había sentido atraída por esas cosas, no sé si por temor o  por incredulidad, pero ese día la curiosidad ganó la batalla. Aparté la cortina azul, la estancia estaba iluminada con una luz agradable y desde el primer momento me sentí muy cómoda.

Una chica joven muy bien vestida me invitó a sentarme y me preguntó sobre que tema quería saber mi futuro, dudé por un momento pero al final le dije: sobre el Amor. Colocó las cartas encima de la mesa y me dijo que escogiese dos…una para mí para llevar a casa y la otra se la entregué a  ella. Si se cumplía lo que ella me iba a decir, esa primera carta que saqué, debería volver a su baraja, era la única garantía que daba de sus pronósticos.

Cogió la segunda y le dio la vuelta,  justo en ese momento comenzó a sonar en la calle un villancico muy conocido.

Tu media naranja está  unido a esa canción…síguela -dijo-

¿Nada más? le pregunté.

 No, pero  acuérdate de devolverme la carta si lo encuentras…

¿Unido? ¿Qué significa eso? Por el camino me fui convenciendo a mi misma que era todo una mentira.

Al  llegar a casa, no pude evitar buscar información, “Blanca Navidad” compuesta por Irving Berlín (¿Se va a llamar Irving? ¿Lo conoceré en Alemania?)

Me acosté convencida de que me había engañado.

A la mañana siguiente tenía que hacer unas compras, me abrigué bien y me fui por la ciudad, al pasar por delante de una librería, en su interior comenzó a sonar esa canción, recorrí la los pasillos hojeando de vez en cuando algún libro y llegué a la sección de infantiles (…este libro gigante de tela con forma de cojín será perfecto…) así que, olvidándome un poco de lo que me había hecho entrar allí, salí muy contenta con mi primer regalo navideño “La fábrica de cuentos” de David Blanqueé.

Unos días más tarde caminando por el centro en los altavoces de una calle muy comercial sonó otra vez mi canción, esta vez me reí, con todo el mundo de aquí para allá con tanta prisa, no lo voy a encontrar. Al fondo de la calle me pareció reconocer a alguien, es Lucía, empecé a correr para alcanzarla pero a medida que avanzaba, la gente impedía mi paso y por momentos dejaba de ver su figura, hasta que al final la perdí, después me día cuenta que en la carrera me había caído mi  bufanda favorita así que lamentándome volví a casa. ¡Maldita canción!

La mañana víspera de Nochebuena me despertaron pronto, alguien en casa gritó que estaba nevando así que miré por la ventana, ahí abajo sobre el manto blanco se veía una persona andando. Me vestí rápidamente, bajé a la calle y comencé a caminar detrás, poniendo mi pié en los huecos dejados en la nieve. Caminé bastante tiempo mirando al suelo intentando encajar perfectamente mi huella en la suya pero de repente  se acabaron los pasos,  a la derecha había un banco y en él sentada una persona. Volví  sobre mis pisadas como si de un juego se tratara…me pareció que me decía algo, pero incómoda por la situación comencé a andar más rápidamente hacia casa.

Llegó el día de Navidad  después de cenar viendo un especial en la televisión, sonó mi Villancico, no pude evitar sonreír, realmente esa había sido mi canción de Navidad; en ese momento sonó mi  teléfono, mis amigos habían decidido ir a dar una vuelta y me llamaban por si me apetecía bajar un rato. No acostumbro a  salir ese día pero me animé. Al llegar a la Plaza dónde solemos quedar los saludé desde lejos, de espaldas había una persona, al darse la vuelta me dijo…el otro día te vi, tengo tu bufanda de colores en mi casa…ayer en la nieve te la intenté devolver pero no me oíste…

Mi amor es alguien que lleva toda la vida cerca de mi pero yo no lo había visto igual que en la canción “…recordar tu infancia podrás,  al llegar la Blanca Navidad…”

 Hoy hemos ido a devolver la carta a Lucía, como me imaginé no había ni rastro de ella, nos acercamos a la papelera más cercana para tirarla; estaba llena de cartas de baraja como las que usaba ella…