Yo caminaba por el sendero radiante, con el Sol a mis espaldas, que describía la fila de robles a ambos lados de mi cuerpo. Sentía entonces el nacimiento de la primavera en el atardecer del día; hojas esparcidas, abortadas tras la regeneración, bañaban la tierra rojiza. ¡Oh!, como recuerdo aquellos interminables paseos hasta el cabo del acantilado, contemplando el mar ante la mirada perdida de un Sol que dulcemente moría.

Cada tarde parecía una fantasía, y sin embargo era real; miraba la vasta playa, cuya palidez se iba sumergiendo en sombra con una lentitud que aspiraba en mi interior, mientras gritaba tu nombre al viento esperando una respuesta.

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El poeta se dirigía hacia el templo de la verdad. Nadie le entendía, todos le odiaban, marcaba la línea del ser diferente. Frontera entre dos tierras, gente miraba a través de los cristales.

Y el que refleja sentimientos pensó:

        “Prefiero seguir siendo un loco ante los ojos de necios bultos que no comprenden nada”

 «Siluetas y Sombras» 1988

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