La Tía Tula

diciembre 20, 2011

 

 

Mi tía Generosa es rica de necesidad. Al morir su madre (mi abuela que en paz descanse) cogió su dentadura postiza  y se la puso; naturalmente ella no nos dijo nada, digamos que, simplemente nos dimos cuenta.

Desde muy joven le empezaron a salir canas y decidió que teñirse era un gasto innecesario, así que no podría decir qué edad tiene.

Casi siempre lleva un chaquetón largo jaspeado, de mi abuela, una falda marrón, de mi abuela y unos zapatos que eran, a su vez, de mi abuela. La recuerdo, caminando muy deprisa, agarrada a su cartera de doble protección, la que le proporcionaba, por un lado, su axila y, por otro, su mano izquierda.

 La Tía Tula es zurda. De ahí le viene su  apodo. Empezó muy pronto a darse cuenta de que ella no escribía con la derecha, como los demás niños y  le explicaron que era “zurda”.

Ella repetía “soy “zulda” “zula” “hasta “tula”.

Cuando recibió la herencia de mi abuelo, lo vendió todo, cogió el dinero y nos dejó.

Ahora vive en un pueblo de la comarca de la Vera, el más alejado que encontró en el mapa, de esta manera ninguno de nosotros, sus sobrinos, la única familia que le queda, podremos llamar a su puerta pare pedirle algún favor.

Mi tía ahorra hasta la saliva, en el pueblo, durante mucho tiempo le llamaban  “la muda” hasta que un día, por unos céntimos, puso el grito en el cielo, en el ultramarinos de Concha. 

No habla con nadie, porque Tía Tula se inventa los refranes que le convienen, “el que te saluda te pide una muda”  o  “el que saluda, detrás de la puerta se escuda” así que no se enteró de que, aquel señor, que vino del Ayuntamiento de Narrantes a cobrarle un nuevo impuesto, era un estafador.

-Buenas Tardes, la señora Generosa Plaza.

-Déjese de gestos que ya sé que no es usted sorda.

-Vengo a cobrar el I.C, o sea, el Impuesto de Calzadas. Desde el mes pasado, todos sus vecinos están contribuyendo a la conservación de las calles del pueblo, muy deterioradas por las constantes pisadas. Además, observo que usted calza unos zapatos pesados, eso le supondrá un incremento en la cuantía.

-Si no quiere pagar en este momento, podrá hacerlo más adelante pero le vendrá la cantidad con recargo y una multa.

“Recargo” esa palabra odiosa, la tía Tula pagó la tasa mientras maldecía el día en que pensó:

-los zapatos de papá, me vendrán bien para caminar por la tierra”

Una noche cualquiera, el “recaudador” contaba, riéndose a carcajadas, con el quinto vaso de vino blanco en la mano, como todos los meses la Tía Tula pagaba religiosamente el impuesto.

Aquel bribón fanfarroneaba sabiendo que Tía Tula no era demasiado apreciada:

-“Le voy a quitar hasta el último céntimo a esa vieja agarrada”.

 

En el pueblo la gente empezaba a compadecerse de mi tía.

Ya nadie se acordaba de que su calle es la única que en Navidad no tiene adornos, porque ella se niega a pagar ni un euro. Tampoco piensan en que, con los frutos que no recoge y deja pudrir en el suelo, se podría alimentar a mucha gente.

-No, por supuesto que no dejo que recojáis los higos, ni las manzanas y mucho menos los melocotones, los que yo no como, nutren mis tierras y las enriquecen.

 Nadie se acuerda de las malas caras, los gruñidos, sólo piensan en como hacerle ver que la están engañando, pero… nadie quiere hablar con ella.

Una mañana de invierno reunidos en la biblioteca trazan un estupendo plan. Cada vez que pase la Tía Tula alzarán la voz para decir una cualquiera de las cuatro palabras que han acordado.

Tía Tula en los días siguientes no entendía nada, cada vez que se acercaba a la gente, en la conversación, siempre salía alguna de estas palabras  “ladrón”, “mentira”, “engaño” “calzadas”.

Se cansó de oírlas hasta que al final cayó en la cuenta, se fue al Ayuntamiento y preguntó por el impuesto de calzadas:

– “eso no existe” le contestaron.

Tía Tula  dijo “gracias” y dio media vuelta.

La siguiente vez que vino el recaudador a cobrar el dinero, Generosa le estaba esperando, escondida detrás de la ventana. Cuando llegó a tocar el timbre, la Tía Tula dejó caer un cubo de desperdicios. El hombre marchó con una cáscara de huevo en la oreja y una peluca hecha de mondas de patata.

Ayer llamó por teléfono, me contó esta historia, dice que está agradecida a la gente y que nos mandará una caja de polvorones esta Navidad.

 Ahora ha pasado el tiempo, Generosa ha cambiado, saluda a los vecinos, las luces de Navidad también alumbran en su calle y ningún fruto de sus árboles se pudre en el suelo.

 

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